miércoles, 5 de mayo de 2010

El sobresaliente discurso de Felipe Solá sobre el Matrimonio Homosexual


El diputado Felipe Solá hizo su exposición ayer, en la Cámara de Diputados, respecto del matrimonio entre personas de un mismo sexo.

Señor presidente: voy a compartir mi tiempo con la diputada Celia Arena, quien pertenece a mi bloque.

Como ya se ha visto tanto en el bloque que represento como en otros, el tema que nos trae hoy a la Cámara
tiene posiciones divergentes. Como ya se ha visto también -y si así no fuere es bueno remarcarlo aquí- ninguna de esas posiciones divergentes va significar en ningún caso la ruptura o la modificación de las relaciones políticas, sociales y amistosas que mantenemos.

Como no sé si se ha visto, es bueno recordar, y creo que lo sabemos los diputados presentes y los que no lo están –también lo saben quienes están en las gradas- que en este Parlamento, en líneas generales –y me puedo equivocar en algún caso- existe una división entre quienes quieren reconocer el matrimonio entre individuos de un mismo sexo y quienes quieren reconocer la unión civil de los mismos individuos. Dicho de otra manera, no sé si llamar “homofóbica” a la posición de los que buscan la unión civil.

Soy el presidente de este bloque y junto con otros seis diputados vamos a votar a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. (Aplausos.) Hay otros 24 diputados que quisieran que hoy se tratara la ley de unión civil. Me consta que no quieren discriminar, que tienen plena conciencia de la profundidad de lo que se trata, de la historia de la discriminación, de la homofobia y de la persecución durante siglos a quienes no eligieron el sexo que tienen sino que, simplemente, en forma natural se encontraron con él.

Sin embargo, mis palabras no van a ser para defender a mis compañeros que sostienen esta segunda posición sino que servirán para defender mí posición, es decir, estar a favor del matrimonio del mismo sexo.

Señor presidente: no puedo recurrir al derecho. No soy abogado ni tampoco soy de aquellos que creen que hay que citar cuestiones del derecho para lucirse en esta Cámara. Por el contrario; hay otros que lo hacen muchísimo mejor porque les sale naturalmente y saben de qué hablan.

Sólo voy a recurrir a lo que me pasa como persona, que supongo es lo que le ocurre a muchos en la
Argentina. Este
no es un tema que pueda ser resuelto mediante una encuesta; tengo entendido que los resultados de las encuestas son favorables al matrimonio homosexual, aunque no me consta.

Asimismo, tengo entendido que nuestra sociedad acepta con muchísimas más facilidad los vertiginosos cambios culturales que debe soportar el mundo, que quienes tenemos responsabilidades públicas. Alguien dijo que este mundo se parece mucho menos al de 1970, época en la que el hombre llegó a la Luna, que éste al mundo del Renacimiento. Este mundo, que es tan cruel en tantas cosas, es menos hipócrita
en lo que respecta a la discriminación vinculada con la orientación sexual.

Durante muchísimo tiempo varones y mujeres que se encontraron con su naturalidad sexual, por así decirlo, debieron reprimirse. Fueron años y años, y tal vez milenios, de sacrificios y de dolor.

No estamos solamente legislando para el presente y el futuro; también estamos haciendo justicia frente al pasado terrible que debieron vivir quienes no eligieron su sexualidad, una sexualidad que al resto de la sociedad no le gustaba.

Las palabras tienen un enorme valor; se sostiene que cuántas más palabras conocemos, mayor cantidad de imágenes podemos tener y, por lo tanto, más amplio puede ser nuestro pensamiento. Asimismo, se dice que un idioma restringido limita la capacidad de mirar el mundo.

El término “matrimonio”, que encierra un valor prohibitivo para los varones y mujeres de buena voluntad que están en este recinto y que no quieren seguir discriminando a nadie, es justamente el término que implica igualdad de derechos para aquellos que no eligieron su sexualidad, que son homosexuales y que quieren tener la posibilidad de casarse. La palabra “matrimonio” es la única que ellos sienten que puede devolverles el derecho pleno. Ya que no hay igualdad social y económica, por lo menos que haya igualdad legal.

La palabra “matrimonio”, que en su origen significa “función de madre” –no ser madre sino función de madre‑, es para muchos una enorme traba a partir de su adopción por las iglesias. Las iglesias, sobre todo las cristianas y en especial el culto católico, en el que me eduqué, consideran que está más cerca de Dios
quien es perseguido –ya sea un pobre, un oprimido, un esclavo o lo que fuere‑ que aquel que lleva una vida con todos los derechos. En otras palabras, creen que está más cerca de Dios aquel que sufre, independientemente de cuál sea su condición.

Si hablamos de cristianismo, no entiendo cómo se puede invocar a la Iglesia Católica para negar a una minoría la igualdad ante la ley. No comprendo que se pueda actuar de esa manera en nombre de algo tan íntimo, tan personal, tan de puertas adentro como es la decisión de convivir, de brindar y de recibir amor independientemente de la condición sexual. No entiendo cómo a esta altura podemos creernos jueces para decidir respecto de lo que ocurre puertas adentro.

Pienso que sólo se puede hablar de optar por la libertad cuantas más opciones de la libertad existen, y esto se logra aumentando los grados de libertad del individuo oprimido del mundo de hoy y no sólo de las minorías de las que hablamos.

Aliviemos la situación de quienes pueden ser aliviados; no tenemos derecho de no hacerlo. Es mucho mayor el sufrimiento de quien no puede gozar de igualdad ante la ley que el sufrimiento de aquel que considera que esa igualdad lo ofende pese a que puede gozar de ella. ¿Quién tiene más derecho? ¿El que se encuentra en una situación de desigualdad o el que, como es heterosexual, quiere legislar desde una posición sin problemas? ¿Por qué no nos sometemos un día a una cámara de homosexuales para que juzguen nuestros derechos?

Por otra parte, quiero recordar que muchos países avanzaron de a poco, como no lo está haciendo la Argentina. Pareciera que el tiempo no pasa; sin embargo, aunque aparentemente el tema no está maduro en el debate sí lo está en el pensamiento de la sociedad, que no asigna una importancia tan trascendental a los cambios supuestamente negativos que introduciría el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Canadá primero les otorgó la condición de cónyuges a las personas del mismo sexo, lo que les permitía acceder y agilizar trámites vinculados con el derecho de pareja; por ejemplo, que uno tuviera la misma obra social del otro o de la otra.

Luego vino la unión civil, que otorgaba todos los derechos menos los de adoptar y heredar.

Finalmente vino el matrimonio; como es sabido, una sola persona puede adoptar si así lo habilita un juez, pero dos del mismo sexo no pueden hacerlo.

Si hablamos de “personas” y si todos somos iguales ante la ley como lo establece nuestra Constitución Nacional, ¿por qué queremos asignar otro nombre a la unión definitiva entre parejas del mismo sexo? Estamos mostrando la hilacha; estamos mostrando discriminación, por sutil que sea. Esto es como decir: los blancos a la primera parte del ómnibus, aunque allí haga más calor, y los negros a la segunda parte del ómnibus aunque allí esté más fresco en verano.

Por el contrario, frente a una naturaleza que no gobernamos y que fabrica desiguales en general, nuestra misión es equiparar a esos desiguales con igualdad ante la ley.

Podría decir mucho más, pero sólo agregaré que mi experiencia familiar –no hablo de experiencia propia sino de la de mis hermanas‑ está ligada a la adopción en dos casos. En uno de ellos, mi hermana cuando enviudó adoptó un niño que había sido dado en guarda a dos parejas heterosexuales que por desavenencias entre ellas lo habían devuelto en ambos casos al terrible lugar en el que vivía. Traigo este ejemplo a colación porque la esencia central de la adopción es la responsabilidad y el amor. Todo lo demás, no importa. ¿Qué se le pide a quien va a adoptar? Básicamente, que pueda sostener al adoptado. De lo contrario, la adopción no tiene sentido. Pero además se le pide amor.

Hace muchos años, Florencio Escardó escribió un libro en el que colaboró otro pediatra –mi abuelo‑, quellevó por título Amor y proteínas. Con ese nombre se quiso resumir lo que necesitan los niños; las proteínas dan la posibilidad de mantener la salud de un chico, mientras que el amor es aquello que lo rescata. Y el amor no es propiedad de los heterosexuales. (Aplausos.)

El amor es lo que hace –que me perdonen los no adoptados, entre ellos yo mismo- que suelan ser más queridos aquellos hijos buscados en adopción, peleados en adopción durante meses, en un país donde es difícil adoptar, a menos que se entre en la corrupción de la adopción que conocemos. Como decía, el amor es lo que hace que esos hijos sean más queridos. Así cuando a veces la discapacidad de un hijo hace que sea el hijo preferido, el más querido, al que se le da más amor y del que se recibe más amor. Esto lo hemos visto muchas veces en familias con hijos discapacitados y hemos aprendido de la experiencia; no es una ley, es algo que la vida genera.

No me van a negar ustedes que si una pareja, homosexual o heterosexual, tiene amor por un hijo adoptado, el niño no tiene las mejores condiciones para criarse. Lo demás es el prejuicio estético que hay contra el matrimonio homosexual, nuestros propios prejuicios.

¿Es mejor ser adoptado por un hombre solo, que se puede, o por una mujer sola, que se puede? Si el niño es adoptado por una pareja y uno de ellos muere, al menos el otro sigue cumpliendo la función de padre. Esa función no es tan natural como se dice, esa función se elige, a Dios gracias, se cumple y no importa el sexo que se tenga.

Discúlpenme todos aquellos que crean, por la forma en que hablo, que trato de agredir para ganar hoy esta votación. De ninguna manera. Yo soy el primero en decir a todos los que están en las gradas, a los militantes, a los que se quieren casar o simplemente a los que quieren tener igualdad legal, que no he visto en mis compañeros, en mis colegas, otra idea que la de tratar de beneficiarlos, sólo que algunos tienen sus límites. De modo que si he dicho algo que pueda hacer sentir ofendido a alguien que no va a votar como yo, le pido disculpas por anticipado.

Esta es mi posición, señor presidente, y decidí hacerla pública, después de consultar con mis compañeros que votan distinto y con mis compañeros que votan igual. (Aplausos.)



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