miércoles, 10 de marzo de 2010

"Hay que rever el presupuesto, mirar en qué se gasta la plata y después hablar de las reservas para pagar la deuda", dijo Solá


Por Joaquín Morales Solá

La fragmentación de la política aparecía ayer detrás de cualquier puerta que se entornara. La propia Cristina Kirchner no se privó de responderle a un mesurado documento de la Corte Suprema, en el que sólo le recordó que la Justicia debe velar para que las leyes sean iguales para todos (incluidos los que mandan). A las muchas acusaciones que la Presidenta ya les ha hecho a los jueces, ayer se sumó la de censurar. Cristina Kirchner reivindicó su derecho a opinar, pero los jueces estaban hablando de otra cosa: le recordaron el equilibrio emocional que debe existir en las expresiones de una Jefa de Estado.

El equilibrio es una nostalgia cuando se mira la política. Diputados opositores se preguntaban ayer por qué el Gobierno pasteleó durante cuatro días una negociación si sólo fue para conseguir una semana. La respuesta llegó anoche. Consiguió que el Congreso no le rechazara mañana, o pasado mañana, su decreto de necesidad y urgencia, y los metió a todos, oficialistas y opositores, en una discusión que llevará mucho tiempo. Podrá tener los votos de Verna en el Senado (lo que le daría al oficialismo una mayoría de 37 a 35), pero la Cámara de Diputados es otra cosa, mucho más complicada. El debate será largo y arduo.

A su vez, el senador José Pampuro, tercero en la línea de sucesión presidencial, estaba ayer molesto con el oficialismo, al que pertenece. Y los diputados opositores bramaban su furia contra los senadores también opositores que le habían permitido al Gobierno inútiles dilaciones.

Las embrionarias negociaciones senatoriales habían entrado en vía muerta (más en la muerte que en la vía), pero el Gobierno había conseguido unos días adicionales de vigencia para su polémico DNU. "El Gobierno busca alargar los plazos por sólo una semana. Me preocupa qué hará durante esos días", había espoleado, temprano, uno de los jefes opositores de los diputados. Las sospechas de los diputados opositores caían (más por impericia que por complicidad) en las figuras de los senadores opositores Gerardo Morales y Adolfo Rodríguez Saá.

En verdad, los senadores sólo habían acordado rectificar algunos excesos de la semana anterior. Uno de ellos era el de no escuchar a la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, aun cuando ésta había sido citada, pero en el término perentorio de menos de una hora. La otra rectificación no tenía el consenso de la oposición. Los senadores opositores aceptaban un empate con el oficialismo en la comisión supervisora de los DNU, pero varios líderes de los diputados estaban en desacuerdo con eso. Para éstos, diez legisladores de la oposición y seis del oficialismo (entre senadores y diputados) dentro de una comisión bicameral con 16 miembros totales era la correlación justa de las fuerzas parlamentarias.

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Sea como sea, ni el Senado ni Diputados contaba ayer con despacho de comisión que los habilitara para tratar esta semana el decreto de necesidad y urgencia sobre las reservas.

Los vaivenes del oficialismo, entre aproximaciones y lejanías, habían paralizado el tratamiento de la cuestión de fondo de la crisis política e institucional argentina. Esto es: qué hará la oposición con la decisión del Gobierno de manotear las reservas para pagar la deuda pública y quién y cómo se haría cargo de achicar el enorme volumen del gasto público.

El Gobierno paseó a los opositores con largas conversaciones sobre la integración de comisiones o la citación a Marcó del Pont, pero nunca se metió de lleno en el asunto cardinal del conflicto.

La sorpresa la dio anoche la Presidenta cuando suscribió el proyecto de ley de Verna, sin derogar el decreto de necesidad y urgencia vigente.

La única voz tajante en esa dirección la había dado el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, que el domingo declaró públicamente que su gobierno estaba amparado por los derechos adquiridos y que la plata "ya está"; ya está en poder del Gobierno.

Le importaba poco lo que decidiera el Congreso. La oposición tuvo entonces el argumento perfecto para dar por concluida las negociaciones, pero dejó pasar la oportunidad. Fisuras notables se abrieron anoche entre los opositores. "El proyecto de Verna no le saca nada al Gobierno", disparó Felipe Solá.

El jefe de los diputados radicales, Oscar Aguad, pidió ayer ante el comité nacional de su partido que no se personalizaran los liderazgos opositores. Aludía a Gerardo Morales. Usó buenos argumentos: los movimientos de la oposición deben ser horizontales (por las contradicciones y fragmentaciones que conlleva ya de por sí), para evitar que cualquier intento de liderazgo personal termine espantando al resto y atomizándola aún más.

Felipe Solá suscribió la posición de Aguad. Ambos creen, además, que sólo el rechazo rápido del decreto de necesidad y urgencia sobre las reservas lo obligaría al Gobierno a enviar de vuelta al Congreso el presupuesto de este año.

"Hay que rever el presupuesto, mirar en qué se gasta la plata y después hablar de las reservas para pagar la deuda", dijo Solá. Era la misma posición de Aguad.

Entraban en la médula del problema: el desenfrenado gasto público, el más grande de la historia medido según su relación con el PBI. Sólo que, tal vez, ya era tarde.

Julio Cobos está acostumbrado a que le quiten la silla y lo dejen sin funciones en su vida de político. Es lo que los Kirchner han hecho con él desde antes de que declarara la muerte de la resolución 125. Pampuro se encontró en la tarde del lunes con el mismo destino de Cobos. Los Kirchner lo sacaron de la negociación que él mismo había iniciado.

Nunca le avisaron nada personalmente; Pampuro se enteró del desplazamiento porque leyó en los portales de Internet de los diarios las declaraciones de los funcionarios nacionales. Ese fue el relato que el presidente provisional del Senado les hizo ayer a varios senadores. Se manifestaba, al mismo tiempo, ofendido y maltratado por el gobierno nacional.

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Sin embargo, la decisión de los Kirchner de dejar afuera a Pampuro tiene un sentido según la lógica de los gobernantes. El senador bonaerense es un político que cuida su fama de interlocutor fiable de todos los sectores parlamentarios; de hecho, él estaba negociando con la oposición una salida consensuada para la crisis cuando se quedó sin trabajo.

Los Kirchner necesitan, en cambio, hombres duros, dispuestos a confundir y a distraer a los opositores en el tiempo que dura un café. Es cierto que pierden la confianza de la oposición. Pero ¿qué importa? Ninguna estrategia del kirchnerismo está pensada para más allá de la próxima semana.

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